
Adicciones Comportamentales
Adicciones sin sustancias: ¿Qué se entiende por adicción comportamental? En este texto explicaremos qué es, como puede afectar a tu vida y la forma de identificar sus síntomas.
Si bien históricamente el concepto de adicción se ha restringido al campo de las drogas o sustancias (cocaína, heroína, alcohol, etc.), en las últimas décadas, ha sido necesario “abrir el abanico” de este concepto hacia conductas que, no necesariamente, requieren el contacto de una sustancia - en el sentido más propiamente “químico” – con el organismo.
Probablemente, no debe resultar difícil de comprender para cualquier persona (sin necesidad de ser experta en la materia) que, en líneas generales, el núcleo de cualquier patología adictiva es, principalmente, la falta de control (incluyendo el persistente deseo de consumir la sustancia y el marcado malestar cuando no está disponible, lo que se conoce como síndrome de abstinencia) y sus múltiples consecuencias negativas derivadas de ésta. Por ejemplo, imaginemos una persona diagnosticada de un trastorno grave por consumo de alcohol, encontrándose con un viejo conocido en la puerta de un bar: éste le invita a pasar (“¡Vamos, tómate sólo una, que hace tiempo que no nos vemos!) y él declina automáticamente la invitación, agradeciendo con educación el ofrecimiento y despidiéndose cordialmente. Esta escena, la cual probablemente esta persona ha trabajado en repetidas ocasiones durante su terapia, nos hace pensar claramente en que “algo falla”: esta persona no puede beberse una cerveza tranquilamente y “ya está”, como haría una persona “normal”, sin esta patología. Es justamente, esta falta de control sobre el deseo, la cantidad, frecuencia y, en definitiva, su “modo de relacionarse” con el alcohol, lo que le ha llevado a esta condición patológica.
Así mismo, las consecuencias derivadas de esta ausencia de control con la sustancia, no son habitualmente menores, siendo frecuentes, entre otras: problemas graves de salud física/psíquica, marcado deterioro en el ámbito socio-familiar, dificultades para mantener un empleo y empobrecimiento económico.
Pero, ¿tiene sentido pensar en ciertas conductas del ser humano que puedan ser, en cierto modo, equivalentes a la situación descrita, pero sin la necesidad de una sustancia química en contacto con el organismo? Todo apunta a que sí, aunque como veremos más adelante, el consenso sobre este tema en la comunidad científica requiere todavía un mayor grado de desarrollo y consolidación.
En este sentido, autores con amplia experiencia y reconocimiento en el estudio psicológico de la conducta adictiva, ya en los años 90 afirmaban lo siguiente: “Existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas (…)” (Echeburúa y Corral, 1994; Mellody, 1997).
De este modo, comportamientos habituales – y deseables - en la mayoría de personas, de naturaleza tan heterogénea como, por ejemplo, el comer, practicar sexo, comprar, utilizar las nuevas tecnologías, hacer deporte o trabajar, pueden llegar a convertirse en condiciones patológicas.
Lo esencial del trastorno es que la persona afectada pierde el control sobre la actividad elegida y continúa con ella a pesar de las consecuencias adversas de todo tipo que ella produce.
El aspecto nuclear de la adicción conductual no es el tipo de conducta implicada, sino la forma de relación que el sujeto establece con ella (Alonso Fernández, 1996). De hecho, la literatura especializada afirma que cualquier actividad normal que resulte placentera para un individuo, puede convertirse en una conducta adictiva.
Otro aspecto importante es que todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores positivos, es decir por un componente placentero. Por ejemplo, pensemos en un joven que empieza a consumir cocaína en un contexto ocasional de ocio de fin de semana, estando con su grupo habitual de amigos, disfrutando de las sensaciones de euforia y energía que le proporciona temporalmente, etc. Ahora bien, en el momento que esta conducta trasciende lo “ocasional” y se instaura la adicción propiamente dicha (deseo irrefrenable, pérdida de control, interferencia en área social, laboral, etc.), las sensaciones placenteras pasan a un segundo plano, viéndose ensombrecidas por lo que se conoce como reforzadores negativos; en ese punto, lo que probablemente motive la conducta de la persona ya no sea obtener una sensación de placer mediante el consumo de cocaína, sino aliviar la insoportable tensión y malestar emocional que el fuerte deseo irrefrenable de consumir la sustancia le produce. Esta poderosa ansia de consumo es la que, en el argot especializado de las adicciones, se conoce habitualmente como craving.
Del mismo modo que ocurre en las adicciones con sustancias, el traslado del control conductual desde este mecanismo inicial de reforzamiento positivo (obtener una consecuencia positiva/placentera tras realizar una conducta) hasta el predominio del reforzamiento negativo (evitar una consecuencia negativa/displacentera al realizar una conducta), también puede observarse en las personas adictas a determinadas conductas, aparentemente, “normales” y socialmente aceptadas. Por ejemplo, en el caso de la adicción a Internet, una persona sin este tipo de problemática puede tener una sensación de bienestar y obtener un disfrute al conectarse a una red social y enviarle un mensaje a un amigo; por el contrario, la persona que ha perdido completamente el control sobre el uso de Internet, habiendo desarrollado un patrón adictivo con relevancia clínica, muy probablemente se conectará, no para obtener un disfrute de ello, sino para evitar experimentar o aliviar el profundo malestar emocional (ansiedad, ánimo irritable, insomnio, escaso apetito, inquietud psicomotora…) que le puede generar el no llevar a cabo esa conducta.
El incremento de dopamina, no sólo puede generarse mediante el consumo de determinadas sustancias químicas, sino que otro tipo de variadas conductas con fuerte potencial placentero – al menos, de inicio – como el sexo, las compras o el uso de nuevas tecnologías.
Desde una perspectiva neurobiológica, es bien sabido que el consumo de ciertas sustancias o drogas, produce en el sistema nervioso central un aumento considerable de un neurotransmisor llamado dopamina, el cual se encuentra en las base de las sensaciones placenteras en el ser humano. Esto hace que el consumo de la sustancia conduzca inicialmente a sensaciones agradables y pueda inducir sentimientos de euforia. Sin embargo, este incremento de dopamina, no sólo puede generarse mediante el consumo de determinadas sustancias químicas, sino que otro tipo de variadas conductas con fuerte potencial placentero – al menos, de inicio – como el sexo, las compras o el uso de nuevas tecnologías, pueden llegar a generar también elevadas liberaciones de este neurotransmisor, desencadenándose un proceso neurobiológico muy similar al de las adicciones con sustancia.
En síntesis, conductas normales (incluso saludables) pueden convertirse en patológicas en función de la intensidad, de la frecuencia y, en definitiva, de las consecuencias de éstas sobre las diferentes áreas del funcionamiento de la persona (salud física/psíquica, familiar, social, laboral y económica). Es decir, una adicción sin sustancia es toda aquella conducta repetitiva que resulta placentera, al menos en las primeras fases, y que genera una pérdida de control en el sujeto (más por el tipo de relación establecida por el sujeto que por la conducta en sí misma), con una interferencia grave en su vida cotidiana, a nivel familiar, laboral o social (Faiburn, 1999).